Fracaso escolar

Fracaso Escolar: ¿Realmente quién fracasa?

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¿Qué significa el fracaso escolar? ¿Qué impactos tiene para el estudiante, las familias y el colegio? ¿Cómo podemos apoyarnos en una mentalidad distinta para facilitar el desarrollo de los estudiantes y favorecer su proceso de aprendizaje?

Hace un tiempo leí unas frases de Wayne Dyer, autor de Tus zonas erróneas, que considero un buen inicio para este blog: “El fracaso es solo la opinión que alguien tiene sobre cómo se deberían hacer las cosas” y “Cuando juzgas a otros, no los defines a ellos sino a ti mismo”.

Estas reflexiones me llevaron a cuestionar la manera en que entendemos y medimos el éxito y el fracaso en el ámbito educativo.

A menudo, el sistema educativo se centra en estándares rígidos y expectativas uniformes, sin considerar las diferencias individuales de cada estudiante.

Como le escuché decir a alguien hace poco; que tal si a Batman lo midieran basado en las habilidades de Superman. Sería acaso menos super héroe.

Esta perspectiva limitada puede llevar a etiquetar a los estudiantes como “fracasados” simplemente porque no se ajustan a un molde preestablecido.

Es crucial replantear nuestra visión del fracaso escolar y reconocer que cada estudiante tiene un ritmo y un estilo de aprendizaje únicos.

Cuando me adentré en el mundo de la educación hace unos 15 años, casi todas las estadísticas educativas contemplaban indicadores asociados al fracaso escolar, donde el foco estaba en la cantidad de estudiantes que pierden el año, que no alcanzan los estándares del colegio, nacionales e internacionales, y que por tanto desertan.

Todo esto se sustenta en la obsesión por la denominada “Excelencia educativa”, donde buscamos que los estudiantes se ajusten a los estándares académicos, llamados objetivos, logros y metas de manera generalizada y regularizada.

Modelos regulares que no fueron creados pensando en reconocer que cada ser humano, niño, niña y adolescente, no solo tiene un estilo de aprendizaje distinto, sino que su contexto y necesidades también son diversas.

A esto se suma la obsesión imprecisa de muchas instituciones educativas de clasificar a los estudiantes en un puesto, de entregar reportes de promedios de notas que generan un sistema jerárquico, competitivo y excluyente, que en definitiva no dicen nada.

Lo que realmente debemos ofrecerle a cada estudiante es una retroalimentación de cómo ha mejorado él mismo, basado en su yo anterior, en su última propia medición.

fracaso escolar.

Matemáticamente, no tiene ningún sustento generar promedios cuando las intensidades horarias son distintas y los pesos definidos para las asignaturas y áreas académicas de acuerdo al currículo de cada colegio están desconociendo las preferencias y habilidades de cada niño y niña, así como los retos de aprendizaje individuales.

En realidad, todo esto oculta la verdad sobre cómo va el proceso de aprendizaje de un estudiante y las falencias del proceso de enseñanza y evaluación descontextualizado de la realidad social y cultural, de las necesidades y retos que como humanidad tenemos, que cambian aceleradamente y que requieren una sociedad colaborativa, diversa y enfocada en solucionar los problemas de nuestro contexto y nuestra especie.

Entonces, las estadísticas y los indicadores asociados al fracaso escolar realmente lo que nos manifiestan a la luz de las comprensiones sociales y psicológicas es que son excluyentes.

Porque asumen que quien no logra adaptarse a la regularidad, a lo típico, resulta ser más un problema para el sistema educativo que un reto del sistema escolar por ayudar a construir un proyecto de vida.

Incluso estos paradigmas refuerzan la idea de familias que no cuentan con conocimientos sobre neuro diversidad y desarrollo cognitivo.

Si tu hijo en este momento tuviera la oportunidad de entender cómo mejora sobre sí mismo, quizás no se obsesionaría ni se deprimiría por creer que es mejor o peor respecto a otros de sus compañeros. Hay que crearle su propia categoría y ayudarle a ganarla.

Es más, estos ambientes o modelos donde se clasifica del primer al último puesto lo que genera es rivalidades, desconociendo que la colaboración es lo que más nos ha ayudado a sobrevivir como especie. Desmotiva y genera esquemas e ideas fijas de que “No eres capaz”, como si educarse no fuera un proceso sino una medida.

Por tanto, estos procesos de exclusión, de indicar que el estudiante no alcanza lo esperado para su edad, de decir que es bueno o malo, mejor o peor que sus compañeros, acrecientan las desigualdades, generan castigo y sanción, aumentando el estrés y la frustración, y no dan pistas de cómo apoyar el proceso propio de cada estudiante.

Incluso no develan cuáles son los puntos más críticos para orientar, enviando un mensaje de que no es apto, como una variable determinante, obviando lo que ya todos hemos entendido: que el aprendizaje es un proceso, con ritmos distintos para cada persona, con estilos variados, que requieren de esfuerzo, estrategia y persistencia.

Este gran descubrimiento que nos han dado las neurociencias parece que aún no aterriza en la mayoría de currículos, aún buscamos estandarizar conductas, aprendizajes basados en variables simples como la edad. 

Quizás responde a la inercia del sistema o a  la tendencia que experimenta la sociedad actual, de un inmediatismo, un afán por tenerlo todo ya, como si fuese simplemente un asunto de ser o no ser. 

Por tanto, aprehender los grandes descubrimientos de las neurociencias en la educación, significa reconocer la gran oportunidad que tenemos de diversificar en los procesos de enseñanza y aprendizaje.

El discurso de que todos los estudiantes tienen las mismas oportunidades ya no tiene sentido, porque cada estudiante requiere oportunidades diferentes, acompañamientos específicos.

Y no es excusa que el tiempo es limitado que hay mucho trabajo manual, porque de hecho un problema adicional es que se obvian los avances tecnológicos que nos permitirían haces esta labor con mayor precisión y eficiencia.

La esperanza está en aquellos directivos escolares, docentes, familias que comprenden que el mundo actual tiene otras exigencias. Que los colegios no son fábricas al estilo de “the wall”.

El mundo pide seres humanos capaces de identificar problemas en su entorno, de proponer ideas creativas de abordarlos, interdisciplinarios, diversos, respetuosos de las diferencias que generen conexiones emocionales.

De hecho esto es una gran justificación de la reciente iniciativa que promueven las leyes, como en el caso colombiano la Ley 2383 sobre enseñanza de habilidades socioemocionales.

Para finalizar este artículo lo que busca es reflexionar sobre lo que realidad implican los rituales de retroalimentación escolar, bien sea periódicamente a través de un informe o boletín de calificación o en las comunicaciones diarias que fluyen entre la comunidad escolar.

Y motivar a que empecemos a transformar nuestras aulas de clase, nuestro sistema educativo a través de lo que significa en realidad el proyecto educativo institucional.

Invitándolos a transformar este gran entorno llamado colegio, como una oportunidad para apoyar el desarrollo de niños y niñas, adolescentes como seres humanos que entiendan que son distintos, y que por eso requerimos de estar juntos como comunidad para seguir creando y evidenciando porque somos una especie tan fuerte.

Si quieres hacer parte de esta gran comunidad, y quieres que tu colegio cuente no solo con la mejor tecnología sino que se respalde en un equipo profesional especializado en educación escolar. Contáctanos en www.saberes.com

Agradecería compartirnos sus comentarios para saber qué opinan sobre esta situación que viven los colegios.

 

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